Al parecer tenemos una sola realidad, y todos vivimos de
acuerdo a esta, que es única y verdadera. ¿Pero realmente todos existimos en
una única realidad en la cual sin importar el uso de la lengua de cada uno
podemos comunicarnos bajo la misma verdad?
Podemos ver en la historia de la humanidad, que con el paso
del tiempo se han dado fuertes diferencias entre personas, grupos y hasta
naciones, que han dejado una huella en nuestra evolución como seres humanos;
diferencias que mayormente han sido causadas por el mal uso de la lengua y por
ende esta, con el pasar de los años, también evoluciona.
Este mal uso de la lengua proviene, muchas veces, del
pensamiento generalizado que consiste en que todos hacemos parte de una misma
realidad. El error no es solo asumir que sin importar la manera en que no
comunicamos, las demás personas nos pueden y tienen que entender, sino que es también
el hecho de olvidar que al tener distintas opiniones, creencias, vivencias y
experiencias, nuestras realidades no son iguales.
El ser humano se ha aprovechado de esta problemática para
mantenerse en el poder dentro de la sociedad, siendo este poder puramente
politicoeconomico. Cada vez nos percatamos menos de lo que hablamos, de lo que
escribimos, de lo que comunicamos con el uso de la lengua. Por consiguiente,
con el aumento de esta falta de consciencia nos dejamos controlar, ya que
decimos aquello que nos han hecho creer que es la única realidad. Ni siquiera
nos detenemos a pensarlo.
Es así como un buen uso de la lengua exige mayor
consciencia. Consciencia de que la realidad que me han presentado como única y
verdadera no necesariamente es congruente con mi propia realidad, así como también
el reconocimiento de que el otro vive su propia realidad que a su vez no es
congruente en su totalidad con la mía. Y, además de ser conscientes de lo
anterior, un buen uso de la lengua demuestra la capacidad de emplear
adecuadamente las convenciones y reglas gramaticales en mi medio para dar a
entender mi realidad y mi verdad y así conectar y crecer juntos en comunidad.
Por: Ana Blanco y Angela Brugat, 11°
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